viernes, octubre 2

Para ver el mundo


La primera vez que salí de entre las valijas apretadas sentí miedo. Después de haber pasado tantas horas atrapado entre los pliegues de las valijas encastradas como piezas de un puzzle gigante, ya me había acomodado. Pero luego pasó algo extraño, se abrió la puerta y apareció Philoméne que me tomó suavemente en sus brazos. Bajamos… ¡y me asusté! Eso no era lo que yo esperaba, yo quería sol, calor y humedad y, sin embargo, me encontré con un montón de gente con las cabezas cubiertas por gorros de lana.

Moscú dijo Philoméne y me sorprendí por las caras de las personas, tan diferentes de las que estoy acostumbrado… Y pensar que solo se encuentran a un avión de distancia.

Paseamos brevemente por entre las calles de ese paisaje desconocido, ¡tan sorprendido me encontraba ante la visión de un mundo que parecía no ser parte del mío! Y el viaje terminó con la foto. Posé contento con mi casi sonrisa, oculta tras la larga barba blanca que hace tiempo no me retocan. Enmarcado bajo mi gran sombrero rojo se disparó la cámara.

Mis viajes por el mundo
Luego New York, Camboya, Egipto, Londres, Grecia… Tal era la emoción que me invadía que, en cuanto aterrizaba el avión, saltaba del portaequipajes como un niño que escondido quiere asustar a su mamá. Paseábamos el poco tiempo que nos era disponible y se volvió rutina que nuestra visita culminara con la foto que enviaba puntualmente al señor Poulain.

Ahora viajo en el avión con destino a París. Sé que mi viaje ha terminado pero no hay tristeza en mi semblante; mantengo la misma expresión apacible que tenía mientras, parado en la cima, custodiaba el altar de la señora Poulain.

Y acostado sobre una valija grande y negra que supongo pertenece a un señor muy grande y barbudo (porque para mover eso es necesaria una gran corpulencia) llego a la conclusión de que a veces es necesario partir. Partir para ver donde era que estábamos parados, para ponerle un valor a eso que nos era cotidiano, a esas cuestiones que damos por sentado.

Ya no seré el guardián del altar de la misma forma porque, aunque mantenga la misma expresión, mi interior está lleno de vida. Tal vez resulte extraño que sea un gnomo el que diga estas cosas, pero yo también tengo un algo dentro de mí.

Yo tan solo quería ver el mundo. Porque son esas experiencias las que hacen crecer ese algo que somos que no tiene nombre pero que se siente mover dentro de nosotros.

El feliz retorno