miércoles, octubre 21

Entrevista al hombre de cristal





Él es el señor Dufayel, a quien todos conocen como el hombre de cristal. Desde siempre quiso ser artista y lo es, pero dentro de los límites de su casa.
Le gusta tomar vino con canela. No le gusta que le hablen de cosas que no le interesan, como la muerte de Lady Di.


-¿Desde cuándo vive aquí, señor Dufayel?

-Desde hace 58 años que esta es mi casa.

-¿Y antes, dónde vivía?

-Con mis padres, ¿con quién más? Desde que descubrieron que tenía esta enfermedad cuando tenía 3 años y me quebré el brazo izquierdo al golpearme contra la pared, no dejaron de vigilarme. Hasta que crecí y decidí vivir solo.

-¿Así que siempre vivió encerrado en su casa?

-No, esto no siempre fue así. De niño me llevaban a pasear constantemente pero siempre con extremo cuidado; no podía correr, no podía saltar, no podía jugar a la pelota ni estar cerca de otros niños. Por lo que se imaginará que no fui a la escuela como los otros niños.

-Eso debe haber sido difícil. Ver a los demás niños ser tan "libres" y usted sin poder hacerlo por temor a dañarse.

-Pues claro que lo fue. Y era agotador, por lo que cuando fui un poco mayor empecé a escaparme porque quería ver el mundo, ver más que las paredes que ya conocía... Mis padres se enojaban muchísimo: "mirá si te tropezás y caes, ¡te podés romper una pierna sin más! ¿Cómo no te das cuenta que es peligroso?" Pero a mí no me importaba, yo quería salir y así fue cómo descubrí que quería ser artista. Me encantaba sentarme en el parque al sol y dibujar en mi cuaderno.

-Ya le iba a preguntar acerca del cuadro que tiene allí en la sala. ¿Es original?

-¿Cómo puede decir eso? Es de Renoir, El almuerzo de los remeros.


-Le está quedando muy bien. ¡Me gusta mucho!

-Mmm, más o menos. Siempre me cuesta capturar la mirada de la chica del vaso de agua.

-¿Siempre?

-Sí, todos los años pinto uno nuevo. Desde hace 20 años. Lo que más me cuesta es capturar a esa chica que a pesar de estar en medio, parece estar en otra parte. Me hace acordar mucho a Amélie. Pero por suerte ahora eso cambió. Desde que tomó la decisión de arriesgarse a ser feliz pude encontrar la mirada de la chica del vaso... Ya los habrá visto a ella y a Nino paseando en su moto por ahí.

-Sí, justo estaban saliendo cuando yo subía por las escaleras. Parecen muy felices.

-¡Es que lo son! ¡Me alegro tanto que me haya escuchado! Es una chica muy especial. Y me gusta Nino. Nos divertimos mucho cuando me vienen a visitar; últimamente cenamos juntos muy a menudo.



-¿Y usted, es feliz?

-¿Se refiere a si soy feliz viviendo solo en mi casa, sin salir al mundo con mis huesos frágiles? Lo soy... Sí, lo soy... Es que uno no puede resignarse a lo que aparentemente la vida le designa. Hay que arriesgarse, hay que tomar eso que somos y desarrollarlo al máximo. No me siento menos privilegiado que alguien que puede dar un apretón de manos sin miedo a que su mano se destroce. De acuerdo a lo que soy, yo elegí esta vida.

-¿Pero no desearía que hubiera sido de otra forma?

-Claro que lo pienso, pero no es así. Lo único que cuenta es lo que hacemos, no lo que podemos pensar.

-¿Y qué es lo que hace en su día a día?

-Bueno, duermo bastante y eso me gusta. Casi todos los días viene a visitarme Lucien y me trae las compras. Muchas veces me gusta cocinar algo más complejo que lo habitual. Pero lo que más me gusta es sentarme junto a él y "enseñarle" a pintar. Es como un niño, es alegre y pinta muy bien, pero nunca se lo digo. Hablando de eso, debe estar por llegar. A esta hora deja de trabajar con Collignon.


-Entonces es hora de que me vaya. Imagino que lo esperará con un vaso de vino con canela.

-Por supuesto, es la forma de recibir a mis invitados. Vuelva cuando quiera y tal vez le muestre algún álbum de fotos que tengo guardado por ahí.

-¡Lo haré! Muchas gracias por la conversación, fue un placer.

-La espero pronto.