El siguiente post surge de la
colaboración con el blog después-del-final.blogspot.com, que está en las manos
de Manuel Botana. Partiendo de las similitudes que plantean las temáticas de
nuestros blogs, el suyo acerca de lo que sucede con los personajes una vez que
termina la película, y el mío en relación a la película Le fabuleux destin
d’Amélie Poulain, pensamos que sería una buena idea combinarlos para continuar
con la historia de Amélie, de la que ambos nos consideramos admiradores.
Lo que nos propusimos fue que cada uno
escribiera un cuento acerca del presente de Amélie, sin estar al tanto del
cuento del otro, y una vez terminados postear en cada blog el cuento del otro.
Por tanto, el cuento que encontrarán a continuación es el que Manuel escribió.
El mío lo podrán encontrar en el blog de Manuel, del que les dejo el enlace más
abajo.
--------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------
Eran
las ocho y media de la mañana cuando Madelein Wallace, la vieja portera del
edificio, despertó a Amélie con los insoportables golpes en la puerta. La
frecuencia de los golpes disminuía a cada segundo, hasta que comenzaron los
gritos que despertaron a Nino y a Amélie, y ella se paró para abrir la puerta.
–Amélie,
Lucien vino a traer la compra del señor Raymond, pero nadie atendió. ¿Podemos
utilizar tu copia de la llave para entrar?
Amélie
jamás había usado esa llave. Sabía que la primera vez que la utilizara, lo
haría con lágrimas en los ojos, porque Raymond jamás había perdido la fuerza para
levantarse a atender a Lucien, ni para dejar de pintar a la mujer del vaso –que
seguía sin poder descifrar– en aquel cuadro de Renoir que copiaba una y otra
vez. Un esqueleto de cristal es más fuerte que cualquier otro, su fragilidad lo
vuelve eterno, porque hace que sea cuidado con minuciosidad. Las cosas de
plástico jamás durarán una eternidad, pero el cristal… ¡Ah! El cristal no se
rompe así de fácil.
Pero
ese día, el cristal había llegado a su fin. Y aquellos golpes en la puerta de
Amélie que disminuían su frecuencia hasta detenerse no hacían más que imitar al
corazón del hombre de cristal.
Madelein
comenzó a llorar desconsolada al ver el cadáver tumbado en el suelo. Amélie la
abrazó, y cayeron un par de lágrimas de sus ojos. Pero ni siquiera hubo tiempo
para llorar, porque de repente, el suelo se lleno de un líquido que llegó a
mojar el brazo de aquel cadáver de cristal. Y Madelein corrió –a la mayor
velocidad que pudo, que era la misma que hubiera logrado un niño si se hubiera
propuesto caminar al ritmo más lento posible– escaleras arriba gritando el
nombre de Nino.
Amélie
tomó el teléfono de Raymond y llamó a uno de sus hijos.
Amélie y Serge, el hombre de cristal. |
–Guillaume,
no nos conocemos. Mi nombre es Amélie. Raymond me había dado su teléfono por si
sucedía esto, y sucedió. Le juro que soy una persona con mucho más sensibilidad
de la que creerá que tengo cuando le diga esto así nomás, pero me veo obligada
a hacerlo porque no hay tiempo, y cuando falta el tiempo no se puede contar una
noticia horrible de una forma que no hiera. ¿Se da cuenta? ¿Se da cuenta de que
no existirían las malas noticias si tuviéramos todo el tiempo del mundo? Porque
nunca existen, solo se enuncian como malas noticias y duelen. Pero si uno se
toma el tiempo para decirlas, seguro hieran un poco menos. Pero justo ahora no
hay tiempo, y me veo obligado a herirlo como una bala de escopeta. ¿Entiende?
Cuando no hay tiempo, la realidad no puede preocuparse por narrarse de forma
poética. Me tengo que ir, dejaré la llave del departamento de su padre en la
portería. Y, de nuevo, perdón que se lo diga de esta forma, pero no hay tiempo.
¿Se da cuenta de la maldad del tiempo? El tiempo es lo único que nos hiere. No
las personas, o no solamente las personas, nos hieren las personas y su falta
de tiempo. ¡Ah! –exclamó por el fuerte dolor– Su padre está muerto. Adiós, lo
lamento, pero no tengo tiempo.
Amélie
salió hacia el pasillo y cerró la puerta. Nino bajaba por las escaleras con un
bolso, y tomó a Amélie en sus brazos para bajar el piso que quedaba. Cuando
llegaron a la planta baja, un taxi los esperaba en la puerta.
Amélie y Nino. |
Cuando
llegaron, Amélie fue acostada en una camilla y, durante horas, fue la víctima del
único dolor físico que vale la pena sentir. Y aunque se había acordado que el
niño se llamaría Pierre, convencería a Nino de cambiar esa decisión. Porque ese
niño no estaría ahí si alguien no le hubiera dicho aquello de “Mire, mi pequeña
Amélie, usted no tiene los huesos de cristal. Puede soportar los golpes de la
vida. Si deja pasar esta oportunidad, pronto será su corazón el que se vuelva
tan seco y quebradizo como mi esqueleto. Así que, ¡decídase por todos los
diablos!”
Y
cuando al fin el niño salió de entre las piernas de Amélie, cuando un pequeño
ser comenzó ese ensayo que es la vida para una obra que nunca se va a estrenar,
Amélie lo abrazo, y descubrió la única actividad más hermosa que hundir la mano
en una bolsa de granos. Y como si Nino hubiera escuchado a la voz de su
cerebro, aquella que jamás dejaría a Amélie en paz, dijo:
–Bienvenido,
Raymond.
Manuel Botana
--------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------
En este enlace, pueden ver mi versión: Lo que pasó con la moto de Nino 18 años después del final de Amélie